lunes, 9 de febrero de 2015

TRÁNSITO


Observe el lector el silencio entre las notas. La elevación de la mente al compás de la música. El minucioso detalle del golpear de los dedos sobre las teclas. El ensimismamiento y canturreo del interprete con el instrumento; queriendo ser y consiguiendo ser una misma cosa. Cuerdas, teclas, pedales, manos, piano...mente. Solo el amor por las cosas, la entrega, el abandono del yo por lo amado es capaz de conseguir la ternura y belleza que se desprenden de la interpretación de Gould. Así es como uno hace suyo el arte de otros y lo convierte, a su vez, en arte. De ese modo tan poco perverso, con esa sublime sencillez que desvela la armonía nos enamoramos de aquello que es objeto de nuestro deseo y amor. Pero ¡cuidado!, no seamos ingenuos y nos dejemos llevar por la emoción y el sentimiento simple. Detrás de esa dulzura y exquisitez tan cercanas y amables hay una mente capaz de elaborar y bregar con las más terribles dificultades, que ha dedicado una enorme cantidad de tiempo para conseguir elevarse por encima de la media. Gould, jugando con la seriedad y concentración de un niño sobre su caja de juguetes, nos hace sentir mejores personas. Y lo hace con humildad, sin afectación. Disfrutando con el juguete robado de la partitura de Bach que, como por arte de magia, ya no es de Johann, sino de todos, aunque solo uno sabe como jugar con él de verdad, para admiración y deleite del resto.


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