jueves, 15 de enero de 2015

DÍAS DE VINO, BARCOS Y PUENTES



La idea de que el ser humano posee un alma y un corazón pensante se encuentra tan acendrada en la mente, que algunas personas se ofenden solo con leer el nombre del blog. Como recurso poético y literario hacer referencia al alma dormida o a un corazón herido hacen que le tiemblen las canillas a los más cursis, a los que tienen la sensibilidad a flor de piel y a los amantes del romanticismo mohoso.
El alma no existe, es una entelequia muy conveniente, por ejemplo para la teología. El corazón tan solo es un poderoso y complicado músculo en su diseño, una obra maestra de la Naturaleza. Imagina entonces como de extraordinaria debe ser la máquina que lo hace funcionar y que ocupa la parte superior en el cuerpo de los primates, o la parte delantera en el resto de las especies. No conozco ninguna especie con la cabeza en el culo, aunque si hay alguna con el segundo en la primera y no es ironía, sino ciencia y evolución.
Bueno, dejemos a los poetas y predicadores con sus almas y corazones en el Parnaso y volvamos al objeto de la entrada. 
A través de la ventana la mirada se pierde en la curva del río; un río limitado por el abrupto valle que lo encaja, pero es una aspereza engañosa. Sus laderas están trabajadas con mimo, en empinadas terrazas labradas con esfuerzo donde crecen las vides de las que salen las uvas con las que se elabora uno de los mejores vinos del mundo. Un largo valle de kilómetros de longitud, dominado a veces por la niebla, la humedad y el frío, pero calentado por el trabajo, la ambición y la codicia de unos hombres apegados a esas tierras y cepas que les dan la vida; y el tan necesario Sol. Los barcos anclados en sus pantalanes, a contracorriente, nos hablan de días de vino y rosas, tal vez con otros Lemmon y Remick o quizá solo turistas un tanto perdidos en los recovecos del río de sus vidas.
Los puentes nos recuerdan lo necesarios que son, sin metáforas.



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